miércoles, 25 de febrero de 2009

El engaño del miliciano

El palacio de Ferias i Congresos de Tarragona acoge desde el 15 de enero hasta el 28 de febrero una exposición con 30 fotografías de Robert Capa sobre “la tragedia republicana al final de la Guerra Civil”, situando la acción en las comarcas del Tarragonès, el Alt i Baix Penedès i el Garraf, completada con 21 imágenes de otros lugares de Cataluña y España.

Una exposición pobre, en contenido y en ambientación, donde la tragedia y la crudeza de la guerra no se aprecian en las imágenes escogidas. Comienza con tres fotografías de presentación: el desembarco de las tropas norteamericanas en Normandía, la guerra de Indochina y el miliciano de Cerro Muriano, en Córdoba, la fotografía más famosa del autor, que hizo el 5 de septiembre de 1936 y que, paradójicamente, ha sido la más cuestionada por los expertos en cuanto a la verdad que esconde la acción; ¿cazado o posado?

Si muchos especialistas dudan de la autenticidad de la acción del miliciano, y además, el nombre del fotógrafo (inventado) también forma parte del mito Capa, impulsado por su pareja, Gerda Taro, ¿podríamos preguntarnos cuánta verdad hay en su obra? ¿Cómo es posible que Capa consiguiera fotografiar al miliciano a campo abierto en una guerra de trincheras? Ha habido muchas teorías al respecto, y aunque las últimas noticias dicen que la familia del miliciano le ha reconocido en la fotografía, esto también podría ser fruto de un montaje.

Es cierto que muchas de sus fotografías fueron pioneras en su momento y mostraron la realidad de diversas guerras, a través de imágenes impactantes y novedosas. Sin embargo, a mi juicio, no consiguió ese efecto con la Guerra Civil española, una guerra cruel y despiadada que no se aprecia en sus fotogramas, y menos en la exposición de Tarragona, donde lo único realmente percibible es la pobreza de la época, los arapos y la ropa vieja que vestía a la mayor parte de la población civil.

Uno espera revivir aquella guerra fratricida que llenó de rabia, rencor y tristeza a un mismo pueblo, y sólo encuentra un paseo por el tiempo, sin pena, sin gloria. El único momento que puede llegar a nublar los ojos o secar la garganta se produce al observar la fotografía de la guerra de Vietnam, que enseña el paso de las tropas americanas con los cadáveres de niños indefensos tirados por el camino.

No es cuestión de cargarse la exposición, que coge algo de fuerza y de verdad en algunos de los rostros desencajados de los viejos refugiados que huyen de Tarragona en dirección a Barcelona, o a través de las miradas perdidas de los niños, incrédulos, aletargados por la infancia robada. Pero uno espera atormentarse ante las imágenes, conociendo el terror que el ejército moro de Franco extendió por toda España, y especialmente en Andalucía. Las escasas imágenes que muestran levemente la crudeza de la guerra son las que reviven la muerte de los caballos que tiraban de los carros, caídos en las carreteras y los caminos tras los bombardeos de los aviones italianos y alemanes.

Uno, el que escribe, esperaba estremecerse con Capa reviviendo la crueldad y la tristeza de la guerra española. Y sí, me estremecí, al comprobar la utilización que el autor hace de la guerra, la campaña publicitaria que resultó para su imagen. ¿Por qué no fotografió las plazas de toros malagueñas repletas de cadáveres? ¿Por qué no las familias rotas por el odio y la traición? No, la guerra española le proporcionó fama mundial gracias al probable montaje de la muerte de un miliciano, con aspecto de tira de cómic (véase Tin Tin), cayendo con una postura que no parece de los más natural para una persona abatida por un disparo y que más bien se asemeja a una “pose” tipo Platoon de Oliver Stone. Vamos, un engaño.


Diego Pérez Díez

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