Una magistral manera de contar la misma historia de siempre bajo un punto de vista tan optimista que roza la utopía y que va más allá de los límites de la credibilidad, sino fuese un guión, sería sublime.
La película, dirigida por Roberto Benigni, narra la historia de Guido, un joven que llega a un pueblo de la Toscana y consigue casarse, gracias a su empeño y buen humor, con Dora, con quien tendrá un hijo, por el que hará todo y más para que el holocausto y las barbaridades de la Segunda Guerra Mundial, queden en su mente como un juego. Guido terminará perdiendo la vida para proteger la de su hijo, y hasta el último momento lo hará fingiendo ser el títere alegre de un circo diseñado para su pequeño.
Este film italiano de 1998 recibió tres estatuillas en la ceremonia de los Oscars, además de otros premios entre los que destaca el de Cannes, y su impacto en la sociedad ha sido considerable. Las críticas la situaron, y la sitúan, como una de las grandes obras magistrales del cine internacional. Y no es para menos, ya que es una reinvención de la historia, un punto de vista que emergió de lo de siempre para no dejar al espectador indiferente. La vida es bella nunca será otra película de nazis más.
Si bien el director tan solo peca de optimismo y ternura, y a la película le falta un ápice de credibilidad. Una mágica historia que podría haber salido de un cuento, o que podría servir para explicar la Segunda Gran Guerra a niños de primaria, pero llevada a la gran pantalla evidencia su calidad de ficción y una pequeña carencia de verosimilitud. Quizá el problema recaiga en esa sociedad a la que le cuesta creer en la inocencia y en el amor desinteresado, una sociedad carente de valores o de fuerza, o de ambas cosas, que no cree que un padre sea capaz de morir riendo por salvaguardar la conciencia de un niño. ¿Dónde está el límite de la sensiblería?
Destaca un guión bien elaborado y estudiado, como si cada frase fuese la única posible para esa escena, y Guido fuese un personaje inteligente y astuto, a la par que ingenioso y fresco, divertido y maduro. Un hombre que pertenece al fabuloso mundo de la ficción cinematográfica en igual medida que algunas de las escenas, un poco forzadas; que justifican el pecado del film, pero que sin esos pequeños fallos poco creíbles – como que el niño jamás sea encontrado o algunas peripecias que hace Guido para crear su fantasía particular – no sería posible realizar un guión como el que La vida es bella ofrece.
Destaca un guión bien elaborado y estudiado, como si cada frase fuese la única posible para esa escena, y Guido fuese un personaje inteligente y astuto, a la par que ingenioso y fresco, divertido y maduro. Un hombre que pertenece al fabuloso mundo de la ficción cinematográfica en igual medida que algunas de las escenas, un poco forzadas; que justifican el pecado del film, pero que sin esos pequeños fallos poco creíbles – como que el niño jamás sea encontrado o algunas peripecias que hace Guido para crear su fantasía particular – no sería posible realizar un guión como el que La vida es bella ofrece.
Una interpretación de Roberto Benigni en el papel de Guido realmente espectacular, ya que consigue atrapar la fascinación por la fantasía como si de algo real se tratase, e incluso los gestos exagerados, tan similares a aquel Chaplin cómico que no necesitaba hablar para expresarse, parecen sentarle al actor como un guante.
En general, una película indispensable que destaca por una gran interpretación y un mejor guión, cuyos fallos son tan necesarios que si no, no sería la película perfecta imperfecta que cuenta una parte de la historia internacional que conmocionó al mundo entero, de una manera que nadie había visto hasta entonces.
Clara Marín
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